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POR LAS CANTERAS DE CHOTA


Después de casi nueve años sin recorrer el camino, en el que a diario mis pies cargaban sobre los zapatos, el lodo de invierno y el polvo de verano, de camino a mi colegio. Hoy he vuelto a andar por el empinado camino aquel. 

Eran las 5: 30 de la mañana. Y, sin esperar más tiempo, y con los ojos aún de sueño, nos pusimos las zapatillas y nos lanzamos a correr por aquellas huellas de mi adolescencia... Mis hermanos: Jairo y Leví, mi hija Haydé y Susana, al ritmo de los atletas, fueron siguiendo el camino que recorrí los días rutinarios de colegio. La mañana estaba a punto de romper los cristales luminosos del día soleado; el aire friolento que susurraba en nuestros oídos, y la silenciosa música de los pajarillos que íbamos escuchando, me llenaron de nostalgia y emoción.

Mientras fuimos ascendiendo hasta lo más alto de la colina, por Cochopampa, pudimos recoger en nuestros cuerpos sudorosos los primeros rayos de sol que se iban dibujando en el amanecer... No obstante el viento helado parecía congelar nuestras manos... ¡Qué gran gozo! Disfrutar de tanta belleza y  tanta hermosura en este día.  

Mis hermanos se unieron al gran gozo de la belleza que Dios ha impreso en la naturaleza. A nuestro alrededor se alzaban los pinos y eucaliptos, con una sola dirección, hacia lo más alto del cielo... 

La imagen del éxito estaba en ellos, mirar siempre a lo alto, subir siempre más arriba, aún cuando los días nos traigan los sin sabores de la vida....Serenos, al fin, sobre el mirador, nos sentamos a mirar los horizontes que se desvanecían tras las lejanías de los cerros. 


Las sendas andinas se divisaban hasta sus últimas líneas en las hondonadas  andinas.  La ciudad, nuestra querida Chota, con sus luces parecía un jardín iluminado con los colores suaves y tenues de los astros del cielo. Nuestros ojos no se cansaban de mirar aquel ropaje de gala en un amanecer veraniego y friolento.  Su finura se deslizaba al compás de la radiante mañana del día viernes...


Todo tan armonioso con la música de los pajarillos... Del semblante de mi ahijada Haydé y el de Susana, aún cansados de la carrera, parecían desprenderse las preocupaciones de los días rutinarios... Por un instante me puse a pensar en aquellos amigos míos que pasan los días y años en una oficina... 
¡Oh cuán desatino aquel! en la vida de aquellos que no gozan del silencio, la soledad, el encuentro, la fragancia, la quietud de una maravillosa obra de nuestro Dios, la naturaleza... ¿Sería acaso ahora que se despierte a los hombres de aquel sueño ruidoso de los días rutinarios? 


Qué maravilla, y qué dicha la mía, volver a detener el tiempo por un solo segundo en mi pensamiento para recordar aquellos caminos recorridos en mi adolescencia, y las bellísimas experiencias de colegio...Que mi vida, Dios mío, sea alabanza tuya...

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