Quizá contar una historia no llegue a la misma profundidad como cuando realmente se vive. La historia se escribe únicamente después de haberla vivido. Por eso, en esta ocasión, quisiera escribir unas líneas, haciendo eco de aquellos momentos en los que hemos hecho historia para contarla. La vida se vuelve significativa cuando realmente vivimos a plenitud cada experiencia. ¿Quieres conocer cómo? ¡Abre tu corazón y empieza a gustar aquello que te cuento! A mi alrededor todo es silencio. Se conjugan la brisa tenue y el murmullo del riachuelo san millanense, en la Rioja – España. La quietud del monasterio con el canto de los pajarillos. Y como se alza la copa de los árboles, se levanta la aurora y declina la noche. Todo tiene sentido: la mirada dulce del los hermanos y el trinar de las campanas; la ascensión del perfume de las flores y el rezo a coro de los salmos. Dios va pasando por nuestra historia y la perfumando suavemente con la fragancia de su llamada.
Con algunos nunca nos hemos visto, con otros apenas, sin embargo qué bien nos entendemos cuando hablamos el mismo lenguaje, el lenguaje de Dios. Más allá de ser colombianos, argentinos, venezolanos, peruanos, españoles o mexicanos, somos agustinos recoletos. Y eso es lo que nos hace familia, con sueños e ideales comunes. Toda vida es un sueño, y los sueños, sueños son, decía Calderón de la Barca. Yo no me atrevo a decir que toda la vida es sueño, pero sí que no es posible la vida sin sueños. Y así como todo ser humano tiene un sueño, nosotros también lo tenemos; nuestro sueño es consagrarnos a Dios hasta el fin de nuestra existencia. Somos jóvenes, llenos de vitalidad, de ternura y esperanza. Todos somos una colección de talentos y carismas. ¡Tú también lo eres! Dios nos ha enriquecido notablemente de cualidades humanas y espirituales para ser creativos y afrontar la vida con éxito. De modo que nuestro gozo de sentimos llamados es indescriptible. ¿Quieres experimentarlo como nosotros? ¡Levántate y ven! ¡Atrévete a escuchar la voz de Dios! No tengas miedo de respóndele. Sé valiente.
Cuando la arena se deja llevar, y se pone en las alas de la brisa, y se abandona a su quehacer y a su destino, acaba llegando a un oasis de paz. Cuando nosotros nos vamos dejando moldear por Dios, nos vamos convirtiendo en oasis, de felicidad, de fecundidad, de sombra aliviadora para el cansancio de aquellos que buscan a un Dios cercano, tierno y compasivo. Sin duda, este mes de preparación próxima para nuestra profesión solemne ha sido una dulce aventura, pero también una conquista. Estoy satisfecho con los logros conseguidos. Me llevo un recuerdo inolvidable, una historia para contar. Nuestra Orden tendrá diez hijos nuevos, que se pondrán al servicio de la creatividad y de la belleza, de la vida y del amor.
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